El puerto amanecía con un olor a brea y sal que mordía la garganta. Jonh caminaba despacio—las prisas no le habían servido de nada en la guerra—, la chaqueta dobladita

El puerto amanecía con un olor a brea y sal que mordía la garganta. Jonh caminaba despacio—las prisas no le habían servido de nada en la guerra—, la chaqueta dobladita
La lluvia madrileña caía con esa parsimonia que sólo conoce el otoño cuando Jonh marcó, una vez más, el número extranjero que se le había tatuado en la memoria. El
El leve ronroneo de los secadores flotaba sobre la peluquería del barrio como un canto eléctrico, y allí, entre mechones que caían en tirabuzones brillantes, Jonh descubrió el pulso que
La ventana.Con sus marcos de madera antigua, ennegrecida por el tiempo y el tacto. El pomo dorado, gastado por los años, ya sin brillo, como una joya heredada de una
Llega la hora del recreo y el patio del colegio se llena de gritos, carreras y zapatillas gastadas. El momento más esperado del día. Mientras los equipos se organizan al
Sale el sol, con esa pereza antigua que tienen las mañanas cálidas, y él carga su vara de bambú sobre los hombros. A cada extremo, cajas con botellas de agua