Lo peor no fue perderlo todo.
Lo peor fue perderse a uno mismo.
Sin saber exactamente cuándo ocurrió.
Sin poder recordar el momento exacto en que cruzó la línea,
ni cómo se convirtió en alguien que ya no se reconocía en el espejo.
Jonh solía ser otro.
De verdad.
Tenía una risa limpia, de esas que contagian.
Un andar confiado, la cabeza alta, las manos siempre haciendo algo.
No era perfecto, pero era…
él.
Hasta que algo se quebró.
Primero fue una excusa.
Luego una costumbre.
Después, necesidad.
La sustancia —cualquiera que fuese— empezó como alivio,
como esa tregua silenciosa que uno se da cuando todo pesa.
Y terminó siendo la única manera de sostenerse en pie.
El resto fue descenso.
Gradual. Sordo. Irreversible.
El cuerpo se lo cobró.
La mente también.
Ya no dormía bien.
Ni hablaba bien.
Ni pensaba con claridad.
Todo se convirtió en una búsqueda frenética,
una especie de oración invertida:
dame lo que me falta, aunque me cueste la vida.
Y fue así como empezó a venderse.
No por dinero.
No por placer.
Por necesidad.
Vendía su tiempo.
Vendía su dignidad.
Vendía sus principios.
A veces incluso vendía su verdad, con tal de obtener lo único que le permitía seguir flotando.
La adicción es una forma de hambre.
Pero no de comida.
De ausencia.
Esa ausencia que lo devoraba por dentro, que lo llenaba de desorden,
de temblores, de palabras que no podía ordenar, de impulsos que no podía detener.
Y en ese caos, también llegó la discapacidad.
Psíquica. Física. Social.
Un deterioro que no se ve en una radiografía, pero que se manifiesta en cada gesto torpe,
en la falta de memoria, en el miedo a todo,
en la forma en que el cuerpo se repliega como si quisiera desaparecer.
Lo intentó todo.
Promesas.
Recaídas.
Silencios.
Mentiras piadosas que no convencían ni a él.
Y sin embargo,
en lo más hondo del desastre,
aún quedaba una parte que se resistía.
Una parte que no quería morir.
Una parte que lo recordaba siendo él.
Esa parte fue la que, un día, desde el fondo del pozo, susurró:
“O sales o te pierdes del todo.”
No fue fácil.
No fue inmediato.
Tampoco definitivo.
Pero fue un principio.
Y ese principio era todo lo que necesitaba para volver a intentarlo.